En 40 años de vida en democracia se pasó de votar en favor de una idea, de una propuesta o de un sentimiento a hacerlo en contra de, a privilegiar como opción electoral el rechazo a un candidato antes que priorizar que a quien se avala es lo mejor. En 1983 las dos alternativas electorales mayoritarias, el peronismo y el radicalismo, no se enfocaron en señalar los defectos del otro, sino en reforzar las virtudes propias y en porqué aspiraban a convertirse en gobierno. Claro que existía la rivalidad militante, cual clásico, con los fanatizados de cada lado; sin embargo había conciencia sobre la hora histórica que atravesaba el país: el del retorno de la democracia y el del inicio del fin de la dictadura, que huía debilitada tras el fracaso en Malvinas.
Se militó en favor del espacio propio, se desperezaron las fuerzas dormidas y surgieron nuevos actores políticos; de una juventud cuyos integrantes hoy peinarán canas, pero que supieron estar a la altura de la hora cuando hubo que defender el sistema amenazado por los carapintadas. Todos juntos del lado de la democracia, radicales, peronistas, socialistas, desarrollistas, intransigentes; unidos para que el pasado no se repita. Nunca más.
Hoy, los adversarios -prefieren calificarse como enemigos-, no creen que el otro merezca estar a su misma altura. Se desprestigian. Hasta se acusan: vos sos la dictadura. Y han pasado 40 años. La democracia, como sistema, se fortaleció y la mejor prueba es la elección de hoy; pero la dirigencia no está a la altura de aquella de los ochenta; no juega promocionando sus eventuales virtudes para gobernar sino que señala los defectos del otro. La suma de las acusaciones es que ninguno sirve al propósito de sacar al país de la crisis, se anulan desde los discursos, nada positivo rescatan del adversario. El otro, literalmente, no sirve. Mucho cambió desde 1983 a la fecha. En esa época, la clase política procuraba mostrarse mejor que el otro, como una mejor opción, alimentando con ingenio las campañas en favor propio; el ataque al contrincante existía pero no era lo central, sólo formaba parte del folklore político y electoral. Alfonsín recitaba el preámbulo de la Constitución nacional para mostrar el camino que desandaría, un acierto histórico en función de la violación a la Carta Magna de lo militares y la necesidad de ordenar el país a través de la ley y no de la violencia interna que caracterizó la vida de movimiento peronista, que en los sesenta y los setenta supo resolver sus diferencia a los tiros.
A Luder no le alcanzó con sostener que era el candidato de la unidad nacional; la historia reciente del PJ no le permitía ser convincente. El pueblo, una mayoría de él, votó en favor del líder de Renovación y Cambio, entendió y apostó a que era lo mejor para la Argentina. Por primera vez el peronismo perdía una elección, terrible sacudón político que provocó un tembladeral en el PJ y que dio inicio a un proceso de renovación que concluyó con Menem en la presidencia en 1989. Ese año, una mayoría popular, al igual que seis años atrás, apostó por el riojano. No votó en contra de, como se pretende hoy, sino en favor del carismático líder de los peronistas.
¿Qué sucedió en estos cuarenta años para que se haga campaña en contra de y se privilegie el voto en contra de? Las campañas de Unión por la Patria y de La Libertad Avanza, básicamente, se centraron en mostrar lo malos que son los otros y que sería un error histórico votarlos. ¡La democracia está en peligro! Una frase que surgió en la última década como excusa electoral para provocar temor en el votante, y que sólo sirvió para agigantar la grieta a partir de imponer y reiterar relatos para desacreditar al otro. Se milita en contra del otro.
A fines de los setenta y comienzos de los ochenta se militaba de otra forma, si bien el contexto era distinto porque todos tenían el mismo enemigo común: el gobierno de facto. Entonces, se hacía política y proselitismo destacando los valores históricos de la UCR y del PJ, había discusiones doctrinarias, encuentros clandestinos para ir dando forma a los futuros centros de estudiantes -en esa acción todos se olvidaban a qué partido pertenecían-, había discusiones acaloradas, charlas secretas dónde los jóvenes de entonces hacían sus primeras armas en la vida política, se empapaban de historia partidaria; así nacieron muchos dirigentes juveniles que se destacaron luego, en los ochenta. Se caminaba por los barrios, se hacía un trabajo territorial en favor de cada fuerza política, había entusiasmo militante, se pugnaba por acercar simpatizantes a la causa partidaria -a los que luego se afiliará, una vez que la gestión militar permitiera el fichaje partidario-, la acción era en favor del partido, de sus dirigentes.
Sí, claro, en la noche de la elección de octubre de 1983, peronistas y radicales se cruzaron y se lanzaron piedras en la plaza Independencia, unos fueron a festejar el triunfo de Alfonsín en la nación y los otros a celebrar la victoria de Riera en la provincia. Este columnista fue testigo privilegiado, pues observó la gresca desde la Casa de Gobierno, siendo un novato periodista. Había diferencias, peronchos y gorilas, se descalificaban, y lo siguen haciendo.
Mucho pasó desde entonces, como lo de militar en favor de a la campaña del contra de. Gran parte de los electores deberán resignarse a votar en un clima de rechazo del otro. Parece que no se elegirá a un candidato sino que, centralmente, se votará en contra del otro. Para que ese otro no llegue a la presidencia. Sufragar por la negativa.
No es el mejor clima para celebrar los 40 años de democracia, de pasar de dos tremendos políticos como Luder y Alfonsín, a tener que optar entre un outsider de la política y un dirigente que hizo carrera en la política. El novato contra el experimentado. ¿En contra de cual de ellos votará mayoritariamente el electorado? Porque, a partir de cómo se desarrollaron las campañas, se buscó dañar la imagen del otro más que en preocuparse por explicar qué harán para superar la crisis y asegurar bienestar.
En ese marco, todo es posible hoy, y sea cual sea el resultado, será insólito en función de lo que viene sucediendo en los dos últimos años, desde que Massa es ministro de Economía y desde que Milei se hizo popular. Increíblemente, el oficialista llega con chances de llegar a la presidencia encabezando una gestión económica que aumentó la cifra de pobres y que no frenó la inflación. E, igualmente increíble, el opositor llega también con chances de acceder a la Casa Rosada habiendo desplazado a los que originalmente eran el cambio. Los reemplazó en solo dos años, sin tener militantes a la usanza tradicional, ni un partido político con extensión territorial nacional; sin estructura política.
He aquí un aspecto a resaltar del choque de hoy: se enfrentarán los que simpatizan con el libertario sin ser parte de su agrupación contra la gigantesca estructura armada del peronismo en todo el país. La bronca que representa Milei versus la organización territorial del PJ. Y ambos son optimistas.